Por Guillermo Luis Nieto Molina, poeta y narrador
Barranquilla, Colombia
El amor y el poeta son dos historias tejidas por el tiempo que conforman un solo abrigo.
En el corazón de la poesía, el amor se erige como una catedral de palabras donde la carne se vuelve verbo y el silencio, música. Juan Colón Castillo, en su poema “La arquitectura del amor”, nos invita a habitar ese templo de la intimidad donde el cuerpo es piedra y el deseo, arquitecto.
Leer a Colón Castillo es navegar en un océano de poesía con marejadas filosóficas. Como diría Platón en El banquete:
“La existencia es un laberinto de preguntas, y el amor es el hilo que nos guía hacia la salida.”
En la poesía de Juan Colón Castillo uno descubre, palpa y siente el adjetivo que amigos, críticos y lectores aceptan de inmediato: Juan Colón Castillo es el poeta del amor.
Al leer el poema que motiva esta crítica, uno concluye, como afirmó Heráclito en Fragmentos:
“El tiempo es un río que fluye sin cesar, y el amor es la orilla que nos sostiene.”
Cada inspiración del poeta dominicano, nacido en Baoba del Piñal, municipio de Cabrera, República Dominicana, nos inunda de amor y reconfigura nuestras esencias creativas. Nos lleva a reflexionar y recordar las palabras de Nietzsche en Así habló Zarathustra:
“La vida es un viaje sin destino, y el amor es la sinfonía que lo armoniza.”
Equilibrio y arquitectura en la creación de Juan Colón
La poesía, como el amor, es un acto de construcción ontológica: un proceso de creación que nos permite habitar el mundo de manera más profunda y significativa. En este sentido, el poema de Colón se convierte en un espacio de encuentro, un lugar donde la palabra se hace carne y la carne, palabra.
La dimensión mística del amor
Vivir, amar y trascender son los tres pilares que sostienen la obra de este autor dominicano. Cada verso, cada símil, cada metáfora abre una puerta a lo mítico y a lo fantástico.
Surge entonces la pregunta: ¿cómo se hace carne la palabra?, ¿cómo se hace espíritu?
La respuesta es sencilla. Como recordaba Aristóteles:
“El amor es la forma en que el deseo se hace carne y la carne, deseo.”
El amor es llama, fuego, lumbre que ilumina las oscuridades de la existencia. Nos hace conquistar imposibles y superar tormentas. La pasión es la chispa que arde en el corazón del ser, y el amor, el combustible que mantiene el fuego vivo.
San Juan de la Cruz, en su Cántico espiritual, habló de la unión mística con Dios a través de la negación del cuerpo. Colón, sin embargo, nos muestra que el amor no es solo ascenso a lo divino, sino también encarnación de lo divino en lo humano:
“Desde su nombre un arco se inclina, una liturgia de sudor y fe se acuña en mis labios; mi corazón quiere ser cúpula.”
“Mi sangre, columna en espiral; tu cuerpo, centro de gravedad donde me elevo.”
Así, la arquitectura de la palabra se vuelve pincel, y Juan dibuja con versos un cuadro real e inolvidable.
La forma visible del espíritu
El amor es forma: la manera en que el espíritu se vuelve visible y el deseo tangible. El amor, en el catálogo creativo de Juan Colón Castillo, es una galaxia distinta dentro del mismo corazón que escribe y del corazón que lo lee.
Rilke, en sus Sonetos a Orfeo, nos habló de la forma visible del espíritu, de cómo la poesía hace visible lo invisible. Colón, en su poema, nos revela que el amor es precisamente esa forma visible del espíritu:
“Busco el punto de equilibrio donde el amor sostiene sus andamios;
Veo fragmentos rotos en danzas sincronizadas, deseos con sus poros abiertos,
La geometría de un temblor.”
La energía circular del eros
El amor es un ciclo de creación y destrucción que invita al ser humano a regresar a la fuente de la vida, a la inocencia del creer. La unión con el otro es la forma más alta de creatividad y fortaleza para enfrentar las dificultades. El amor todo lo puede.
Es una muralla fraguada de sueños y de ilusiones inamovibles; una fuente perpetua de dulzura y de vida, la miel deliciosa que da el amor.
Octavio Paz, en Piedra de Sol, habló de la energía circular del eros, del modo en que el amor es ciclo, ritmo, respiración. Colón, en su poema, muestra que el amor es también una estructura en tensión, un equilibrio entre forma y vibración:
“Iba camino adentro de mi sangre; ladrillos, fuego, agua y viento edificaron el silencio donde se aloja nuestro amor.”
El poeta nos invita a habitar el templo de la intimidad, a construir un espacio de encuentro con el otro y con nosotros mismos. En su poesía, el yo que ama y el yo amado se funden, creando una simbiosis creadora, un océano profundo con sus montañas y desiertos.
Este poema nos enseña que el amor crece sobre la solidez del alma. Sus columnas son invisibles, pero en cada palpitar el maestro Juan Colón Castillo proyecta los ángulos perfectos de la existencia.
Haciendo honor a su apellido, el amor es un castillo donde nuestros sentimientos nos coronan reyes de la vida cuando amamos intensamente y somos correspondidos.
¡Vivamos el amor! Seamos reyes en el castillo de la existencia.










