“Yo soy músico, canto, incluso doy clases de canto y toco algunos instrumentos”, la Opret debiera tener su propia banda de música porque aquí trabajamos muchos muchachos que sabemos de música.
Esa es la expresión de un joven que, por la indumentaria que llevaba puesta, funge como operario del Metro de Santo Domingo.
El joven protagonista de esta historia tiene aparentes signos de un soñador que busca descollar en la música. Le exponía sus deseos a otra joven mujer que, al parecer, tenía alguna responsabilidad laboral en el ámbito cultural de la Oficina para el Reordenamiento del Transporte.
La dama le decía que sí, que la institución contaba con una banda musical, pero el soñador no parecía muy convencido de que así fuese.
Escuché la conversación sin proponérmelo mientras esperaba abordar un vagón del servicio de trasporte en la parada Concepción Bona, donde finaliza la segunda línea del Metro, en la Zona Oriental.
Al llegar el vagón, abordé y los contertulios quedaron en su plática.
Mientras avanzaba el tren, suspiré y pensé: ojalá que el soñador de esta historia logre el objetivo de que la Opret tenga su propia banda en la que él pueda demostrar que es más que un simple maquinista.
Esos jóvenes, que mueven miles de personas diarias en el Gran Santo Domingo, trabajan horarios extenuantes y necesitan algún nivel de distracción que les sirva para descansar y expresar sus destrezas; que haga más divertida su jornada diaria, por el bien de ellos y de todos los que usamos ese eficiente medio de trasporte.