La destemplada, irresponsable, y ladina declaración del Ministro de Educación, Antonio Peña Mirabal, respecto de «proteger» los contenidos curriculares, educativos, considerando la masiva población estudiantil haitiana en República Dominicana, por encima de los valores morales, espirituales, y religiosos dominicanos, constituye un verdadero y real atentado a la estabilidad y existencia del pueblo dominicano.
Estamos ante una conspiración contra el Estado Nacional y contra el legado nacional, que recoge la Constitución de la República, y las leyes nacionales.
Se trata pues, de una cuestión que atañe a nuestra misma seguridad nacional.
Si la Constitución dominicana está vigente y es irreductible, este hecho oprobioso, indigno, no puede pasar, como una vulgar chapucería, apología del disparate, de las tantas que ya estamos habituados a escuchar cada día, en este esperpento nacional que vivimos.
El Congreso de la República tiene algo que decir sobre este nefasto despropósito de este funcionario, que carece de prudencia, pero sobre todo de sentido histórico.
Este hombre juró ante la Constitución, defenderla y protegerla. La ha embarrado, y ha renegado de ella, por tanto, es indigno de representarla.
Tiene que irse. Porque así lo dictan los principios fundamentales y sacrosantos que conforman nuestro origen.
De aceptar como «buena y válida» está nefasta y atrevida afrenta, estamos expuestos a que, cualquier día de estos, también saque una resolución de sus sobacos, decretando que el himno haitiano tenga que ser entonado cada mañana en nuestras ya desmoralizadas escuelas.
María B. Brito, María Heinsen, Luz J. Martínez, Francis Herrera Antigua Orden, Manuel Valdez, Manuel Osiris German Martínez, Lucy García, Yanny Suero Vicente, Juan Alejandro Cabral Reyes, Pedro Feliz, Pedro Castillo, Pedro Lora, Andrés Fernández piensan lo mismo que yo y se suman a mi indignación.